Opinión

En un mar de radiaciones

por Roberto Stimler

Al aire libre, dentro de un edificio, en el patio de casa, en las escuelas, en un bote navegando lejos de la costa, en la cima de una montaña… hay radiaciones electromagnéticas con las que convivimos siempre. A cualquier hora. Y en gran cantidad. Es como si estuviésemos sumergidos en un mar invisible sin fondo y sin superficie libre, chapoteando entre sus olas.

Pensemos nomás en las ondas de radio. O de TV. Si tuviésemos receptores de calidad, en cualquier lugar del planeta podríamos detectar centenares de emisiones radiofónicas o de televisión. Pero hay más, como las ondas provenientes de los satélites para los GPS y la telefonía móvil, por seguir mencionando solamente a algunas ondas artificiales, “olas” nuevas para la humanidad.

En este “mar” de ondas electromagnéticas se encuentran, desde la misma génesis de la Tierra, las naturales que provienen del sol y de las estrellas. El sol aporta ondas electromagnéticas con su luz y también con lo que no vemos; la energía de estas ondas se distribuye principalmente entre el infrarrojo y el ultravioleta.

Del sol recibimos también radiación corpuscular en forma de partículas subatómicas que se puede apreciar a simple vista en los polos de la Tierra en las auroras boreal y austral.

Si observamos en una palangana con agua el comportamiento de las olitas que provocamos al tocar la superficie del agua, notaremos que cuando llegan al borde de la palangana rebotan. Esto mismo pasa con las ondas provenientes del sol que llegan a la superficie del planeta: se reflejan en los océanos y los suelos calentando la atmósfera y generando otro conjunto de ondas electromagnéticas, “olas en el mar”, en el que sin darnos cuenta vivimos inmersos.

Como si fuera poco, las rocas, los metales, las paredes… sobrecalentadas al sol o por el fuego también irradian ondas electromagnéticas a partir de cierta temperatura adquirida.

¿Son inocuas todas estas ondas, naturales y artificiales? Pareciera que sí, por la evolución de la vida y de la vida humana en particular en este mar de ondas. Pero no todas son inocuas y algunas dañan.

¿Cómo pueden dañarnos estas ondas? A las ondas mecánicas las sentimos porque nos golpean o hacen vibrar, como las olas, los sonidos, los sismos… Pero las ondas electromagnéticas, ¿qué hacen? Interfieren con las cargas eléctricas y las corrientes eléctricas de nuestros organismos bioquímicos llenos de microcircuitos eléctricos (nervios, cerebro, corazón, músculos…). Puede ser en forma despreciable o en forma notable causando daños por calentamiento debido a las corrientes eléctricas inducidas.

Si las intensidades y las frecuencias de las ondas electromagnéticas son bajas, las experiencias que se realizaron con voluntarios sanos indicaron que la exposición de corto plazo en el medio ambiente no produce perjuicio en la salud, aun ubicándose debajo de una línea de transmisión de electricidad de alta tensión. Ni tampoco en las casas con varios electrodomésticos funcionando en forma normal.

Podrían ser de más cuidado las ondas de radiofrecuencias (10 MHz a 200 GHz) de la televisión, la radio, los radares, las microondas, los celulares. Pero su amplitud pequeña prácticamente no produce efectos dañinos por calentamiento. Los experimentos realizados hasta la fecha con radiofrecuencias indican que no hay riesgos de que generen cáncer.

La exposición duradera a ciertas ondas electromagnéticas sí puede ser perjudicial. Por ejemplo los rayos solares ultravioletas en pleno verano, al mediodía, o los teléfonos móviles que durante largo tiempo apoyamos en el oído.

En este último sentido, según algunos otorrinolaringólogos, podrían aparecer malestares en articulaciones, ojos, huesos y oído, debido a la menor protección ósea.

En síntesis, no temamos a las ondas electromagnéticas. Salvo las que genere un rayo que caiga en nuestra cercanía. O que en días y lugares excepcionales nos veamos sometidos a los rayos gamma. Por otra parte pensemos que salvan vidas utilizadas en los aparatos médicos como el que nos provee imágenes por resonancia magnética, por ejemplo.

(*): Ingeniero. Con la colaboración del Dr. Pablo Sisterna.

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